TENGO UN amigo que se fue a buscar trabajo a las Islas Canarias. Puedo imaginarme lo duro que fue: si no consigues curro, lo único que te queda es ir a la playa y tirarte a la bartola o irte de mojitos por los bares del paseo marítimo. La brisa marina pegará con fuerza pero hay que acostumbrarse a todo.
Voy a ponerme llorón. Es la única forma un poco científica de que las cosas te vayan bien. Ésa y el esfuerzo. Pero tampoco hay que herniarse, que aún no tengo Seguridad Social.
Lo duro, de hecho, no es encontrar un trabajo. Eso es fácil. Lo complicado es ir a buscarlo. El primer paseo del día lo he dado de casa al Starbucks y del Starbucks a casa: el application form (formulario para pedir trabajo) ha llegado destrozado por el viento y con un 80% de humedad. Siguiente paso: comprar una carpeta impermeable.
Lo importante es no venirse abajo. La burocracia irá a por ti con todas sus armas. Tú tienes las tuyas. Aún no sabes cuáles son pero existen. Es como un juego de Play Station, sólo tienes que andar por la ciudad y encontrarlas.
Mi día de hoy ha tenido formato de película de Charlot. Los diálogos –escasísimos- aparecían en carteles con ribetes floridos a los lados. Una cosa así:
«El español salió de casa con la casa a cuestas: su pasaporte, el documento nacional de identidad, fotografías tamaño carné, número de la seguridad social española, el contrato de alquiler de su nueva casa en Pimlico y una fotografía antigua de su madre. Todo ello fotocopiado por triplicado. Sólo quería encontrar un modo de ganarse la vida.
Llevaba rellenados todos los ‘application forms’, pues había comprendido que en aquella ciudad sólo de ‘application forms’ vivía el hombre. Había mentido un par de veces aunque, bien pensado, se trataban sólo de mentiras a medias. Y eso, en el país del que provenía, eran medias verdades. ¿Acaso no había sido camarero más de una vez en el Gandalf, el bar de su colega Panocha?
El viento y la lluvia habían maltratado su cara y su ropa pero el formulario permanecía íntegro. Así que para cuando entró en el Starbucks sus esperanzas estaban todavía intactas. Sonrió con profesionalidad y entregó el application form sin decir una palabra, pues no quería levantar sospechas de su poco británico inglés.
La camarera del Starbucks le miró de camarera a desempleado y le devolvió el formulario. “Sin National Insurance Number no podemos darte trabajo”.
“¿Dónde puedo conseguir un National Insurance Number?”, preguntó el español.
“Lo venden en los kioscos”, respondió la camarera, y soltó una risotada dirigida a su compañera de mostrador, una pelirroja que la acompañó con una leve sonrisa de compromiso.
El español salió del Starbucks y dudó si caminar contra la lluvia camino de Victoria Station o volver sobre sus pasos, con el viento a favor, y esperar en casa a que pasara el temporal y la burocracia.
Fue entonces cuando recordó que se había dejado las llaves en casa y que Ramón no volvería hasta las 5. Aunque esto es otro tema y es extradiégetico, es decir, está fuera de este cuento dickensiano.
En verdad, Victoria Station distaba sólo unos pasos. Además, el formulario del Pret a Manger no recogía ningún apartado acerca del National Insurance Number. Era un trabajo peor pagado, sin duda, pero aportaba la posibilidad de comer algún que otro sándwich cuando el encargado leía los escándalos del Times. El español se apretó la bufanda y comenzó a andar, pesado, tratando de no pensar.
Victoria Station era aquella mañana un perfecto hormiguero de trabajadores yendo y viniendo de un lado a otro de la ciudad. Todos bien desayunados y con el periódico leído.
La entrada de la oficina de reclutamiento del Pret a Manger, algo alejada del barullo, era otro hormiguero; éste con el agujero tapado. Los obreros que se juntaban alrededor de la puerta no daban crédito al letrero que habían colgado: “the Recruitment Centre will be closed all day for training purposes”.
Muchos de los desempleados estaban exhaustos y tirados en el suelo. Los que permanecían de pie buscaban una solución. Un día sin trabajo era lo mismo que un día sin nada que comer. El español se acercó a un tipo de tez pálida que hablaba más alto que los demás. Para presentarse le preguntó si era italiano. “I’m hungrian”, respondió en un tono más calmado. “Yo también tengo hambre”, reconoció el español. “No, no, from Hungary, understand? But I lived in Italy”. El húngaro se interesó rápidamente por el español y en cinco minutos intercambiaron importantes informaciones sobre la búsqueda de empleo en la ciudad.
Finalmente, ambos decidieron subir al norte, al centro de reclutamiento del Caffé Nero en Oxford Street. Si eran lo suficientemente rápidos llegarían a tiempo para que la general manager les echara un vistazo.
Decidieron escalar hacia Oxford Street por Grosvenor Place, detrás del Palacio de Buckingham, menos ajetreado a esa hora del día, seguramente. En veinte minutos estarían allí. Y se animaban mutuamente. Entonces, sin previo aviso, una brigada de la Guardia Real paralizó toda circulación. Ningún coche o peatón debía dar un paso más. A lo lejos se oía el pesado trotar de unos caballos. Posiblemente tiraban de un carruaje. Tras unos instantes de expectación, aparecieron varios guardias reales a caballo. Luego un par de carruajes. Finalmente, un carruaje real que debía llevar dentro algún miembro de la realeza. La gente aplaudía y hacía fotos con sus cámaras digitales. El húngaro y el español miraban entre la muchedumbre la longitud de la comitiva.
El desfile, o lo que aquello fuera, terminó tras cinco minutos. La guardia real desapareció con la misma impunidad con que había aparecido. Los transeúntes siguieron con sus tranquilos paseos, comentando lo guapa que estaba la duquesa de no sé dónde. El húngaro y el español, sin embargo, permanecieron parados, en silencio, conscientes de que había perdido cinco minutos vitales. Sabiendo que no merecía la pena llegar corriendo al centro de reclutamiento y perder así energías que iban a necesitar al día siguiente.
Sin decir nada más, se dieron la mano y se despidieron.
Adío.
Adío.»
Once años después, el húngaro, que había comenzado a trabajar en la fabricación de sándwiches del pret a manger, fundó su propia compañía de sándwiches, “Duck Duke”.
En la actualidad, está siendo investigado por el asesinato de todo el linaje de los duques de Cornualles.
Esa misma noche, el español se fue de cervezas con la corresponsal de la cadena COPE y descubrió un grupo de música indie que son to la caña: Malajube. (pedro, fer, muyyyy recomendable)
Por cierto, ¿a nadie más le parece terrorífico este asunto?
Voy a ponerme llorón. Es la única forma un poco científica de que las cosas te vayan bien. Ésa y el esfuerzo. Pero tampoco hay que herniarse, que aún no tengo Seguridad Social.
Lo duro, de hecho, no es encontrar un trabajo. Eso es fácil. Lo complicado es ir a buscarlo. El primer paseo del día lo he dado de casa al Starbucks y del Starbucks a casa: el application form (formulario para pedir trabajo) ha llegado destrozado por el viento y con un 80% de humedad. Siguiente paso: comprar una carpeta impermeable.
Lo importante es no venirse abajo. La burocracia irá a por ti con todas sus armas. Tú tienes las tuyas. Aún no sabes cuáles son pero existen. Es como un juego de Play Station, sólo tienes que andar por la ciudad y encontrarlas.
Mi día de hoy ha tenido formato de película de Charlot. Los diálogos –escasísimos- aparecían en carteles con ribetes floridos a los lados. Una cosa así:
«El español salió de casa con la casa a cuestas: su pasaporte, el documento nacional de identidad, fotografías tamaño carné, número de la seguridad social española, el contrato de alquiler de su nueva casa en Pimlico y una fotografía antigua de su madre. Todo ello fotocopiado por triplicado. Sólo quería encontrar un modo de ganarse la vida.
Llevaba rellenados todos los ‘application forms’, pues había comprendido que en aquella ciudad sólo de ‘application forms’ vivía el hombre. Había mentido un par de veces aunque, bien pensado, se trataban sólo de mentiras a medias. Y eso, en el país del que provenía, eran medias verdades. ¿Acaso no había sido camarero más de una vez en el Gandalf, el bar de su colega Panocha?
El viento y la lluvia habían maltratado su cara y su ropa pero el formulario permanecía íntegro. Así que para cuando entró en el Starbucks sus esperanzas estaban todavía intactas. Sonrió con profesionalidad y entregó el application form sin decir una palabra, pues no quería levantar sospechas de su poco británico inglés.
La camarera del Starbucks le miró de camarera a desempleado y le devolvió el formulario. “Sin National Insurance Number no podemos darte trabajo”.
“¿Dónde puedo conseguir un National Insurance Number?”, preguntó el español.
“Lo venden en los kioscos”, respondió la camarera, y soltó una risotada dirigida a su compañera de mostrador, una pelirroja que la acompañó con una leve sonrisa de compromiso.
El español salió del Starbucks y dudó si caminar contra la lluvia camino de Victoria Station o volver sobre sus pasos, con el viento a favor, y esperar en casa a que pasara el temporal y la burocracia.
Fue entonces cuando recordó que se había dejado las llaves en casa y que Ramón no volvería hasta las 5. Aunque esto es otro tema y es extradiégetico, es decir, está fuera de este cuento dickensiano.
En verdad, Victoria Station distaba sólo unos pasos. Además, el formulario del Pret a Manger no recogía ningún apartado acerca del National Insurance Number. Era un trabajo peor pagado, sin duda, pero aportaba la posibilidad de comer algún que otro sándwich cuando el encargado leía los escándalos del Times. El español se apretó la bufanda y comenzó a andar, pesado, tratando de no pensar.
Victoria Station era aquella mañana un perfecto hormiguero de trabajadores yendo y viniendo de un lado a otro de la ciudad. Todos bien desayunados y con el periódico leído.
La entrada de la oficina de reclutamiento del Pret a Manger, algo alejada del barullo, era otro hormiguero; éste con el agujero tapado. Los obreros que se juntaban alrededor de la puerta no daban crédito al letrero que habían colgado: “the Recruitment Centre will be closed all day for training purposes”.
Muchos de los desempleados estaban exhaustos y tirados en el suelo. Los que permanecían de pie buscaban una solución. Un día sin trabajo era lo mismo que un día sin nada que comer. El español se acercó a un tipo de tez pálida que hablaba más alto que los demás. Para presentarse le preguntó si era italiano. “I’m hungrian”, respondió en un tono más calmado. “Yo también tengo hambre”, reconoció el español. “No, no, from Hungary, understand? But I lived in Italy”. El húngaro se interesó rápidamente por el español y en cinco minutos intercambiaron importantes informaciones sobre la búsqueda de empleo en la ciudad.
Finalmente, ambos decidieron subir al norte, al centro de reclutamiento del Caffé Nero en Oxford Street. Si eran lo suficientemente rápidos llegarían a tiempo para que la general manager les echara un vistazo.
Decidieron escalar hacia Oxford Street por Grosvenor Place, detrás del Palacio de Buckingham, menos ajetreado a esa hora del día, seguramente. En veinte minutos estarían allí. Y se animaban mutuamente. Entonces, sin previo aviso, una brigada de la Guardia Real paralizó toda circulación. Ningún coche o peatón debía dar un paso más. A lo lejos se oía el pesado trotar de unos caballos. Posiblemente tiraban de un carruaje. Tras unos instantes de expectación, aparecieron varios guardias reales a caballo. Luego un par de carruajes. Finalmente, un carruaje real que debía llevar dentro algún miembro de la realeza. La gente aplaudía y hacía fotos con sus cámaras digitales. El húngaro y el español miraban entre la muchedumbre la longitud de la comitiva.
El desfile, o lo que aquello fuera, terminó tras cinco minutos. La guardia real desapareció con la misma impunidad con que había aparecido. Los transeúntes siguieron con sus tranquilos paseos, comentando lo guapa que estaba la duquesa de no sé dónde. El húngaro y el español, sin embargo, permanecieron parados, en silencio, conscientes de que había perdido cinco minutos vitales. Sabiendo que no merecía la pena llegar corriendo al centro de reclutamiento y perder así energías que iban a necesitar al día siguiente.
Sin decir nada más, se dieron la mano y se despidieron.
Adío.
Adío.»
Once años después, el húngaro, que había comenzado a trabajar en la fabricación de sándwiches del pret a manger, fundó su propia compañía de sándwiches, “Duck Duke”.
En la actualidad, está siendo investigado por el asesinato de todo el linaje de los duques de Cornualles.
Esa misma noche, el español se fue de cervezas con la corresponsal de la cadena COPE y descubrió un grupo de música indie que son to la caña: Malajube. (pedro, fer, muyyyy recomendable)
Por cierto, ¿a nadie más le parece terrorífico este asunto?
9 comentarios:
ese picadilli, ese big ben
jejeje i'm hungarian, si te viera nuestro querido Miki !!
Pinta bien eh, poquito a poco.
buena recomendación, desde luego. he estado viendo algunas cosas de los Malajube éstos y tienen buena pinta.
lo de "yo también tengo hambre" no me lo puedo creer. no me lo quiero creer. jejeje...
la noticia que mandas me ha sorprendido no verla reflejada en los medios...este... se les puede llamar aún "conservadores" solamente? sin embargo, buscándola he comprobado con tranquilidad que éstos medios se mantienen ojo avizor con respecto a otros asuntos de vital interés:
http://www.larazon.es/noticias/noti_soc32830.htm
y ya sabes: a tu ritmo, que irá bien. recuerda que estás en la misma fase que el príncipe de zamunda cuando acababa de llegar a NY. por ejemplo, a la del starbucks podrías haberle dicho con una sonrisa de oreja a oreja y los brazos abiertos "que te jodan a tí también!!".
un abrazo resacoso (qué finde!)
El Picadiyi y el bigben, exacto, has ganado el viaje que sorteábamos!
Rolando del Río!?
Oye Fer tú también llegaste a las 9 in the morning? Yo he salido los cuatro días pero llegando a las 12,2,1 y 5am, que todos juntos son como las 9. Norl?
bueno... lo mío es una larga historia... me iba a casa a las cuatro (me tenía que ir a Ávila por compromisos familiares), y circunstancias inesperadas y muy agradables me hicieron llegar a casa a las 7 y media y dormirme a las 9... y no presentarme en Ávila, claro...
prtilipois, rolando del río, unos puntos suspensivos sugerentes...¡yo sólo me llamo elena!, menudo desperdicio de creatividad la de mis progenitores...
Te he visto en el mediamarkt de salamanca en todas las televisiones expuestas, me has dao un susto de muerte, creía que era una pesadilla, jeje.
Me he quedao flipao, no va mal del todo estar en Londres, no????
Jajaja. Asi es como veria una mosca mi directo en la Sexta. Pal que me haya visto por la noche (un poco desastre, he de reconocerlo) hay que aclarar que por la manhana me ha salido muuuuucho mejor. Creo que todo se debe a que me pone mucho mas Mamen que la Resano.
Esta professio es mu dura. Pido de forma oficial mi vuelta a Genetsis...
juer, me perdí tu aparición estelar. para la próxima nos harás una señal como en las pelis? en plan "cariño, cuando guiñe un ojo, que sepas que es para tí".
que sepas que aquí mantenemos el nivel e incluso lo superamos. ayer empezamos con un arroz con bogavante preparado por Mr. Chechu y acabamos... bueno, yo acabé a las tres de la mañana y el resto seguían... seguían... seguían...
actualiza, coño! que nos tienes en ascuas!
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