CUANDO HE viajado en solitario fuera de España, he comprobado cómo mi cuerpo y cabeza pasaban por tres diferentes fases que coincidían con otros tres estados de ánimo. Meros escondites de mis miedos y ansiedades. Creo yo.
Cinismo. Que en su particularidad personal se manifiesta como negación de lo bello de las cosas. La técnica es sencilla y consiste, negación arriba negación abajo, en adoptar un estúpido punto de vista insolente ante todo lo que me rodea. Ejemplo: la chica a mi lado en la sala de espera del Aeropuerto de Valladolid cuenta a dos desconocidos sus últimos avances como persona humana (tal vez no sean los últimos sino los primeros). El caso, la semana pasada se enamoró en Tenerife de un chicharrero. Ahora viaja para allá con todo su bagaje vital a ver si la cosa funciona. Vaya pringada. Echó tres polvos guarros en Playa de las Américas y se lía el petate porque imagina que ya ha encarrilado su vida. Pringadísima (¿a quién me recuerda?). El estúpido cinismo funciona como coraza ante lo que está por venir. Impide que las pulsaciones se te disparen hasta los 90. Como tiene algo de pasotismo y de oposición a la vida, ayuda a eliminar pensamientos peligrosos. Pero según vas subiendo al avión los pensamientos van llegando…
Para el que no me conozca diré aquí que soy un cruce entre Bergkamp y M.A. Barracus: en castizo, lo que es volar me da más miedo que un nublao. Nunca mejor dicho.
Así que cuando subo al avión mi cabeza empieza a proyectar un videoclip de cientos de imágenes revoloteando por mi mente, totalmente desbocada. Rápidamente, trato de batearlas como puedo y reemplazarlas con recuerdos de la infancia, fotografías famosas o polvos memorables. El resultado es devastador. Para entonces ya he llegado a la segunda fase. Terror.
El terror en un avión me obliga a hacer un repaso de toda mi vida. Es entonces cuando pienso con regocijo que no lo he pasado del todo mal. Trato de recuperar parte del cinismo de la fase 1 y me voy serenando.
De repente los motores se encienden y vuelve el miedo. Pienso de verdad que esos pueden ser los últimos instantes de mi vida. Para estar al borde de la muerte no soy del todo egoísta y pienso que la chica de mi izquierda y el tipo a mi derecha tampoco se salvarán. ¿Y qué será lo último que harán mientras vivan? Ella, leer el rebote que la Esteban tiene con la Campanario. Él, jugar a un extraño Tetris en su Palm. Por mi parte, el postrero acto de mi vida fue una conversación de cinco minutos con una operadora argentina de Vodafone sobre las ventajas del servicio Passport en United Kingdom, “no cuelgue por favor”. No colgaré; pereceré para siempre, señorita.
El avión avanza. No tengo lectura. No tengo nada. Me santiguo. Contradicciones del sistema que quedan evidenciadas en la transición de una fase a la otra. Admito mi desaparición final. Cierro los ojos y entro en una fase a caballo entre la vida y la muerte. Es la memoria del futuro y viene embotellada en forma de nostalgia.
¡Fase 3! Nostalgia de lo que dejo y nostalgia de lo que vendrá. Abro los ojos y noto que me llega una felicidad lejana. Sin previo aviso, comienzo a silbar Érase una vez en América. Y lo hago maravillosamente bien. Nota: ¿por qué cantamos y silbamos tan bien cuando lo hacemos con el pensamiento?
A diez mil metros sobre el Cantábrico y con las únicas notas de Ennio Morricone, supero la fase 3 y entro de lleno en una calma que me conduce sin remisión a Londres, Madrid2.
"On the mental count of ten, you will be in Europa. Be there at ten. I say: ten."
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1 comentario:
Good Luck and be water my friend!!!!
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