sábado, 15 de diciembre de 2007

Pasando página

el oficinismo aprieta...
(pero no ahoga)


Los museos son ese lugar donde el aficionado al fútbol se venga de todos los comentarios estúpidos que ha soportado en su vida de forofo, de los cuales están en el Top Ten "vaya chut", "qué golazo" (comentado de un penalti), o "el árbitro es que va con ellos".

A veces, simplemente, le duelen los oídos de oír cosas como "pero vengaaaaaa" o "pásalaaaaaaá" (única palabra del español con dos acentos). El aficionado al fútbol ha crecido con una hermana, tuvo una novia a los doce años que le pelaba los pistachos mientras veían el partido del Plus o, ya crecidito, soporta por jefa a una apasionada de los comentarios de lunes sobre la jornada liguera (al principio decía ligera).

"Cómo se pone la Liga ehhhhhh Jose?" dice mientras se frota las manos. "A Casillas se le va a caer un día el larguero en la cabeza". "Si es que el Madrid no sabe atacar". "Son todos unos mercenarios". La insoportable levedad del rival pequeño. El gol, el arco iris y la madre que parió al que democratizó este deporte.

El lunes es, sin duda, el peor día de la semana para el aficionado al fútbol, gane o pierda su equipo.

Por eso, decía, el día que el aficionado al fútbol acude a un museo lo hace con todo su arsenal. Aún no se sabe por qué, pero arremete contra el arte. Podría pagarla con los parquímetros, con los conductores del metro, con los taxistas, los peatones, las cajeras del DIA, los peluqueros que te dan palique, las cajeras del DIA que no te devuelven el céntimo, con el presidente de la comunidad o con el vecino de arriba (el pobre, su único pecado es tener un pie ortopédico).

Pero no. Espera y espera. Y un día, en Londres, el más lluvioso del mes de diciembre, cuando las salas están a tope, ejecuta su pequeño golpe terrorista.

Como es Londres, como es gratis, como hace calorcito… los museos de la ciudad estallan de españoles. Y así oyes repetidas veces, en distintas salas, cosas como: "esto ya lo pintaba yo de pequeño y no me hacían una biografía", "¿el extintor es parte del catálogo?" o el típico caso de la pintura dibujada por un primate y dejada en ARCO, donde los eruditos paseantes se deslumbraban ante tanta belleza.

He ahí un aficionado al fútbol. Ni siquiera se cree lo que dice, pero sabe que jode. Ahí reside su inteligencia. Sabe que opinar del color y de la composición con ligereza viene a ser como decir que el achique de espacios lo inventó Javier Clemente, que criticar el minimalismo es como decir que Guti sólo sirve para las segundas partes.

El aficionado al fútbol es un tipo tan agudo que no es comisario del Reina Sofía porque le parece pedante.



Los museos son ese cajón desastre donde acaba en una tarde de sábado el que se resguarda de la lluvia, el pedante, el obligado, el que cree que no pasar por la British es no conocer el esplendor del Imperio Británico, el que se mea, el que quiere ver la Venus del Espejo y largarse, el que es o tiene complejo de Woody Allen.

Pero también el mirón, el que se deja mirar, el tipo que realizó la obra expuesta, el fotografiado y la madre del fotógrafo.

En este recuento me encontraba yo en la cola de la exposición How we are?, una especie de resumen a lo Estudio Estadio de la fotografía británica desde el siglo XIX hasta nuestros días.

Yo me creo que cuando voy a una exposición es porque me atrae el artista. Pero una vez dentro caigo en que vuelvo por lo de siempre: me encanta mirar al que mira. Recontravoyeurismo. Y ahí el espacio de una exposición se va convirtiendo en las salas de una discoteca. Es inevitable.

Por lo general, sueles echar el ojo a alguna tía que esté a tu alrededor para hacer la exposición a su ritmo. Rápidamente la descartas, porque te parece fea, o más pedante que tú, o menos. Poco importa: la fluidez de entrada del público es rápida y la especie se regenera con ligereza.

La evolución de la muestra en las paredes se confunde con la evolución de tu target dentro del público. Esto te puede obligar a pasarte un buen rato delante de un cuadro que no te interesa lo más mínimo. Por lo general, es un bodegón. Como estoy en una exposición de fotografía, me tiro un rato larguísimo viendo unas láminas minúsculas de la década de los 80 (de la década de los 80 del siglo XIX) hasta que la croata que viene por detrás se pone a mi lado.

Ya estamos a la par. Podemos ver toda la exposición juntitos, haciéndonos comentarios mudos sobre esta imagen y sobre esta otra. Cuál quedará mejor en el salón y otros planes de futuro. Cuando llegamos al siglo XX aparece su novio brasileño que había ido al servicio. Con las manos aún mojadas agarra el culo de la croata y le da un beso en la mejilla. Le comenta que había cola en el baño y que por eso ha tardado tanto. Que ya se verá el siglo XIX en otro momento. Qué listos son los brasileños. He aquí otro aficionado al fútbol.

Así que vuelta a empezar. Echas un vistazo a la sala y encuentras a una estudiante de Bellas Artes tomando unos apuntes. Cuando llego a ella unas notas infernales salidas de su IPod me echan para atrás: la cachonda de la norteamericana es demasiado soez incluso para ti.

Por el lado del neorrealismo aparece una chica normalita que pasea al lado de su madre, de genes parecidos aunque más desgastados por el paso del tiempo: son dos polacas que han jurado no separarse nunca jamás.

Ya aburrido, cuando estaban a punto de cerrar las puertas, caí en la cuenta de que nadie había posado su atención en mí. Mi barba de trece días y mi aspecto de repartidor de periódicos gratuitos no ayudaban, pero eso no evitó que me sintiera como una obrita poco apreciada.

Entonces apareció una chica de senos minimalistas y movimientos surreales alrededor de una ruta inventada sin patrón ni sentido alguno. La chica, llamémosla Gala, miraba con atención los títulos de las fotos -muchas de ellas "Sin título"-, buscaba detalles y se ponía la mano en la barbilla.

En décimas de segundo me mira y vuelve la vista a la pared. Entonces comprendo: estoy siendo monitorizado. La chica no es gran cosa pero ya se ha hecho de noche y es casi Navidad. Se me ocurre que un café en la cafetería del museo será mi buena acción del día con Gala, estudiante de Erasmus francesa que aún no conoce a nadie en la ciudad.

− Hey gorgeous, I noticed you were looking around, I buy you a coffee if you tell me your name− comenté con seguridad, sin mirarla, prestando atención a la última imagen de la exposición.
− What the hell agg you?− contestó ella con acento parisino.

La tipa, moderna, segura de sí misma y quizá lesbiana. Eso sí, francesa de los pies a la cabeza.



Mañana se disputa el Grand Slam Sunday: Liverpool-Manchester United y Arsenal-Chelsea.

1 comentario:

Unknown dijo...

Jejejejeje, si no nos toca ni la lotería del niño como nos va a tocar la de la niña!!!!!