Cuando le dije que la vida eran grifos abiertos y cerrados, ventanas, puertas y bisagras que se abren y cierran a conciencia, yo no lo creía. ¡Sólo era un ejercicio de estilo mezclado con ganas de emocionar! Porque ella era de fácil emocionarse.
Ha pasado el tiempo y he visto que es así. Borras los móviles y olvidas los correos. Las caras, los olores, las bromas, los motes. Omnipresente Darwin: ahora con la amistad.
Pero paradoja, si algo nos ha enseñado la naturaleza es que la vida se abre camino. Lo dice Ian Malcolm en Parque Jurásico, y si no es verdad al menos mola como suena. La vida, las amistades, las personas, los móviles, los correos… con mucho sudor y tras una fase de turbulencias, vuelven al camino. Gracias Facebook.
Y entonces, cuando miras atrás, tienes detrás de ti multitudes (que te esperan afuera). Se mezclan, se cabalgan, juegan a píldora, se ven, se tocan y se cruzan en el rellano del ascensor.
Al final ni grifos ni llaves. Porque se te ha inundado la casa. Pero lo que permanece -y éste el pequeño grano- es una abrumadora sensación de frescura. Hay también un calor abrasador pero se agradece: acabas de salir del mar y te tumbas en la toalla algo calentito y con el frío haciendo de ti una gallina. Y te preguntas hasta cuando durará. Y qué harás cuando se acabe.
jueves, 12 de junio de 2008
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