Perdón por si alguien se sintió abandonado. STOP. La queja provoca, de hecho, una disculpa y un halago. STOP.
Aquí seguimos, escribiendo entre STOPs por lo atropellado de la actualidad.
Todo por culpa de la sexta 'W' del periodista: what, who, where, when, how...
Y Wimbledon.
[Hablando de sextos y de cuartos: Me llamaron de nuevo para salir en la sexta. Dinero fácil y un arreón de adrenalina para mi abuela. Llega el verano y todas las abuelas afilan anécdotas y logros del árbol genealógico para contar en el pueblo. La mía se habría llevado una nueva pole. Pero he dicho que no. ¡La sexta W!]
De Wimbledon contaré que hay más periodistas que público y tenistas juntos.
Si esto no es verdad, es lo que se desprende de mi experiencia diaria con el torneo.
Una fila interminable de televisores por delante y otra de televisores por detrás. Debajo de ellos, periodistas con chepa haciendo gracias de periodista con chepa mientras escriben, apuntan, anotan, tachan, escuchan, se quejan de la comida, del tiempo, de Londres, de su jefe, en italiano, en argentino, en porteño, en andaluz, en americano.
Ruedas de prensa, comida mala, malas ruedas de prensa, entrevistados aburridos, declaraciones recurrentes, las del año pasado, las mismas que el anterior, hay que ir partido a partido, la pista está pesada, la bola está lenta y no sé por qué hostias tenemos este acento en argentino que tanto coge de los cojones. Lo sentimos, somos así.
¿Por qué W mola entonces? No se sabe, o yo no lo sé. Es un lugar que da energía. Un sitio donde de repente aparece un general indonesio visitando las instalaciones como te cruzas con Valentino Rossi.
Era Rossi.
Era Rossi.
¿Qué Rossi?
Valentino, el doctor, el campeón de motos.
¿Dijo algo sobre Nadal?
No, no habló con nadie.
Ah entonces que le den.
Wimbledon es la personalidad. Allí, la tuya está como sobredimensionada. Con tanta energía como te va insuflando el lugar, no encajas bien con perspectiva quién o qué tienes delante. Las cosas pasan delante de tus ojos y el filtro profesional te distorsiona hasta el punto de NOSABER que estás hablando con un 4 veces campeón del Mundo. Roger, tú. Tú, Roger. Cada uno con su acreditación.
Es raro explicar que Wimbledon es más que un torneo sin ni siquiera haber pisado la pista central. Pero es así.
La gente te sonríe en cada puerta. Te pasan las transcripciones de las ruedas de prensa en inglés. Las fotocopias son gratis. El café, el chocolate y el zumo de naranja, también.
La grandeza, por contraste, está en que un sandwich son 4 libras y media en el comedor.
Lleva cheddar, tomate y 131 años de solera. Embotellan tradición y la exportan por toneladas. Supongo que eso, también, es el resto de Inglaterra.
Las recepcionistas están ricas. Las recogepelotas, me imagino, también. Las tenistas, las periodistas, el público, las que venden fresas con nata fuera del club.
Hay erotismo en el lugar.
¿Lo hay o lo pongo yo?
Lo que hay es erótica del poder. Erótica tradicional. De fotos hechas con el fotógrafo debajo de la manta oscura.
Las cinco preguntas tienen una sola respuesta. Es Wimbledon. Wow.
No doy para más, pero dejo aquí esta disculpa y mi banda sonora de estos días: